El cirujano del corazón de los relojes

21/03/2022 - Daniel Neira, con casi seis décadas en el oficio de la relojería y joyería. Hoy incluye tecnología, pero sigue siendo uno de los pocos en el arte de la reparación de relojes antiguos para la región.
Daniel Neyra, titular de relojería Boney, hace 56 años que se dedica al oficio de relojero y joyero. “Empecé de muy joven, a los 12 años, cuando terminé la escuela primaria. Me vine a Bolívar, a la casa de mi tío Hugo, quien era joyero y relojero. En ese entonces, el tema de ser empleado no era como ahora, sino que se buscaba aprender el oficio y para eso, estaba medio día con mi tío haciendo relojería y luego, me mandaba con un hombre que trabajaba platería y que era muy conocido (“Pirincho” Noblía) donde estaba el otro medio día para aprender el oficio de joyero - platero. Y también, hacia todas las reparaciones del negocio de mi tío en lo que era joyería y platería. Así, debo haber estado cerca de cinco años aprendiendo el oficio hasta que me interioricé en todo lo que es el negocio, para largarme por mi cuenta en el año 1972. Me compré todo lo que eran las máquinas del taller de joyería con un dinero que me dio mi madre, luego de una cosecha que hicimos de trigo, aunque seguía con mi tío Hugo, porque yo vivía en la misma casa”.
Daniel es bolivarense; pero cuando tenía un año, sus padres lo llevaron a Baradero, donde estuvo hasta que terminó la escuela primaria y regresó a la casa de su abuelo Vicente, donde también vivía su tío Hugo.
Cuando empezó a aprender este oficio, había cerca de 10 o 12 relojeros y joyeros en la ciudad. “Hacia muchos trabajos de joyería cuando monté mi propio taller y, además, les trabajaba a otros joyeros como a Tomás y Juan Bres, al “Negro” Toledo, “Tito” Alfieri y a otros de ciudades vecinas como a Pastor Merlo, de Daireaux y a Valusek de Henderson. Yo les hacía todo lo que era joyería, fundido de metales, alianzas, pulseras y todo lo relacionado a la joyería”.
En el año 1979 seguía con el taller y también, trabajándole a diferentes joyerías, fue cuando instaló su propio negocio, frente a la comisaría, en calle Arenales. “El lugar, era un pequeño garaje y, en ese entonces, tenía un gran amigo, que era Néstor Bontempo (quien también es platero) y estaba trabajando en el Chocón hasta que se cayó de una torre. Al no poder hacer nada por una quebradura que sufrió, lo incorporé a él como socio del negocio y para enseñarle el oficio. Después, vino la época de las inundaciones donde ya el negocio no daba para los dos y buscó otro camino; pero siempre relacionado al rubro”.
Más adelante, Neyra trasladó su negocio a uno de los locales de Díaz y Milona, sobre avenida San Martín, donde estuvo cerca de un año y medio y finalmente, se instaló en el actual local, de calle Mitre, desde hace 34 años y donde cuenta con la ayuda, en la atención al público, de su mujer.
Sobre cómo es el oficio y los cambios que ha sufrido con el paso del tiempo, Daniel expresó que “ha cambiado mucho y mejorado por las máquinas que hay hoy en día. Antiguamente, era casi todo hecho a mano, más rústico, por ejemplo, antes el tema de los grabados era a mano o los cincelados; pero ya al adquirir un pantógrafo se pueden hacer otro tipo de letras, más cuadrada; pero siempre se va mejorando, gracias a las herramientas modernas”.
Lo mismo se puede trasladar a los relojes, sobre esto, Daniel, que se encarga de los relojes automáticos, con doble calendario, explicó que “todo lo aprendí con los relojes de cuerdas comunes, de pared antiguos, en donde había que fabricar piezas o repuestos, hago todo eso tipo de reparaciones, algo que creo que en Bolívar no hay nadie que lo haga, hasta te diría ni en muchas ciudades vecinas. De hecho, me traen relojes antiguos de Daireaux, Pirovano, Bahía Blanca, Olavarría, porque no hay quien los repare. Los relojeros viejos fallecieron o tienen más de 90 años y yo debo ser uno de los relojeros más antiguos de la zona que sigo en actividad”.
Consultado si quedan relojes antiguos, Daniel afirmó que “sí, porque ese tipo de objetos pasan a ser una antigüedad y por eso, tienen muchísimo más valor hacerlo funcionar y hasta te diría que se convierten en una obra de arte”.
En cuanto a la platería, Neyra no se dedica a la realización de trabajos grandes o a la platería criolla; en realidad, “me dedico más a la reparación y a lo que es joyería en oro, fabricación de alianzas, medallas, letras en relieve, todo lo que es joyería fina, donde no se necesita mucho lugar porque este local no es muy amplio”.
Daniel reconoció que en ningún momento pensó perdurar tanto con el mismo rubro. “No creí que esto iba a extenderse tanto, lo que pasa es que esto es el negocio de mi vida. Cuando terminé la primaria, mi mamá me dijo querés irte a Bolívar a aprender el oficio con el tío Hugo o querés irte de viaje de egresados y me acuerdo un momento, como si fuera hoy, cuando me subió a un tren en Baradero con 12 años, quedando a cargo de un guarda amigo de mi familia. Me bajaron en Constitución, en Retiro me subí a otro tren y llegué a Bolívar. Y desde ese entonces, es el oficio que he abrazado”, relató.
Daniel, siguió en cierta forma, la tradición familiar en continuar con el oficio de su tío Hugo, quien ya tenía relojería y fue en ese lugar donde se metió de lleno dentro del mundo de las cuerdas y las agujas que marcan el paso del tiempo. Su tío, tenía la joyería en donde hoy está el comité de la Unión Cívica Radical, después compró en avenida Lavalle 73 (hoy Inmobiliaria Torres) donde montó la Joyería Lopardo.

El joyero coincidió que, como otros tantos oficios, se va perdiendo con el paso del tiempo. “Antiguamente, el padre llevaba a su hijo a un negocio a trabajar y, en lugar que le pagaran un sueldo, el propio padre le decía que le enseñara un oficio. En estos tiempos, no vienen ni a preguntar. Hoy están todos los chicos con la computadora, que es la modernidad; pero también estos oficios tienen que perdurar, lo mismo pasa con un zapatero, hojalatero. Y esto es una lástima porque hay muchas cosas que la sabemos los que ya tenemos muchos años en esto y no hay quien las aprenda, no porque no queramos enseñar sino porque no hay quien quiere aprender”.
Consultado sobre cómo es este oficio, Daniel respondió que “es difícil, es lerdo, tiene muchísimas cosas, desde hacer un engarce, engarzar una piedra en un anillo, fundir el material, hacer un cuerpo, una medalla, soldar, es decir, tiene muchísimas aristas y lo que es relojería mucho más. Hoy, un reloj automático, doble calendario, desarmado completo, tiene 92 o 93 piezas, con tornillos del tamaño de una pulga. Son todas cosas muy lindas de saberlas; pero el oficio de relojero, prácticamente se termina”, se lamentó.
La mayor satisfacción es que, después de tantos años, los clientes siguen visitando el negocio, “viene mucha gente, muchos me conocen y me traen trabajos desde hace 30 o 40 años atrás. Acá si traen un anillo de oro saben que se la hace, se le devuelve lo que sobra, si no es oro de 18 se le avisa. Todo eso redunda es tener muchísima cantidad de trabajo”.
Daniel, también se dedica a reparar los marcos de anteojos, porque en las ópticas no los arreglan y “me los mandan al negocio y es algo que hago hace 30 años, también reparo las bisagras, las patas y eso suma al negocio”.
Daniel no se arrepienta para nada haber venido desde muy chico a aprender con su tío este oficio, aunque lo dice siempre, que le hubiera gustado ser cirujano de corazón, “porque con la precisión y las cosas chiquititas que yo hago, podría haber salvado vidas. Es algo que también me gustó siempre; pero no lo pude hacer. Pero el oficio que aprendí, si lo tuviera que volver hacer, lo haría nuevamente, es la pasión de mi vida, lo que me dejó mi tío Hugo, mi padrino. Él, lo abrazó con toda su alma y a mí me enseñó exactamente lo mismo. El relojito es un ser viviente, al cual hay que hacerlo funcionar, tiene que dar la hora exacta”, resumió Daniel.
Joyería y relojería Boney está en calle Mitre 470 y atiende de 9 a 13 horas y 17.30 hasta las 21 horas.


