Está lleno de gente rota

24/10/2025 - Estar mal de la cabeza, la ansiedad, la angustia y el malestar, parecen hacerse carne en los argentinos. La salud mental nos está obligando a repensarnos como sociedad.
El filósofo Byung Chul Han tiene una profusa producción bibliográfica acerca de la sociedad del cansancio y las angustias a las que el hombre transmoderno decide -por sí mismo- autoexigirse y someterse. Cuando esa persona no logra los objetivos que el sistema le ha hecho creer que puede, sobrevive la angustia y el malestar, con ello la enfermedad, la que ha de curarse con medicamentos narcotizantes.
Argentina sorprende por la cantidad de psicólogos. También lo hace por ser un país que convive con la crisis y la incertidumbre. Hoy, casi el 30% de los argentinos realiza terapia psicológica (y del resto, la mitad cree que debería hacerlo), en tanto crecen otras terapias alternativas que intentan dar con las mismas respuestas y/o soluciones. En la provincia de Buenos Aires, en los últimos cinco años se duplicó la cantidad de internaciones por salud mental en los hospitales públicos.
Un informe de la UBA observó que el 9,4% de los argentinos tiene riesgo de padecer un trastorno mental; a la vez que aumentan las sintomatologías de ansiedad, depresión y riesgo suicida.
Lo anterior tiene que ver con la vida que llevamos. Ante el aumento de crisis, se incrementa la problemática, y con ello, también disminuirán las posibilidades de poder solventar una consulta por falta de recursos económicos, recargando el abarrotado sistema público.
Lo que se mantiene estable es la enorme cantidad de fármacos vinculados al proceso. Anualmente los argentinos consumimos casi 13 millones de antidepresivos y estabilizadores del humor, unos 11 millones de tranquilizantes, 7 millones de antipsicóticos, entre otros vinculados a la problemática.
En Argentina, el estrés se ha consolidado como un problema de salud pública de creciente preocupación, afectando a vastos segmentos de la población en diversas capas socioeconómicas. Más allá de la percepción individual, se ha transformado en un factor que incide directamente en la calidad de vida y el bienestar general de los ciudadanos. Las causas de este fenómeno son multifactoriales y están profundamente arraigadas en la dinámica socioeconómica del país. La incertidumbre económica recurrente, marcada por la inflación, la inestabilidad laboral y la presión financiera, constituye uno de los mayores detonantes. A esto se suman las exigencias de la vida moderna en las grandes ciudades, con jornadas laborales extensas, problemas de transporte y la omnipresencia de la conectividad digital, que difumina los límites entre el trabajo y el descanso. La propia polarización social y política, junto con la inseguridad, también contribuyen a generar un clima de tensión constante que permea la vida cotidiana.
Las consecuencias de este estrés crónico en la salud de los argentinos son amplias y a menudo subestimadas. A nivel físico, el estrés prolongado es un catalizador para una variedad de dolencias: desde trastornos digestivos como gastritis, colon irritable y reflujo, hasta problemas cardiovasculares como hipertensión arterial y arritmias. También se asocia con dolores musculares crónicos, cefaleas tensionales y un debilitamiento del sistema inmunológico, haciendo a las personas más propensas a infecciones. En el ámbito de la salud mental, el impacto es igualmente significativo, manifestándose en cuadros de ansiedad, ataques de pánico, insomnio, irritabilidad y, en casos más severos, depresión. Esta carga emocional y física no solo disminuye la productividad individual, sino que también repercute en las relaciones interpersonales y la capacidad de disfrutar de la vida.
Es fundamental comprender que el estrés no es simplemente una "sensación", sino una respuesta fisiológica compleja del organismo que, sostenida en el tiempo, tiene efectos corrosivos. En Argentina, donde el acceso a servicios de salud mental puede ser limitado o estigmatizado, y las presiones externas son persistentes, la capacidad individual para manejar esta carga se ve comprometida. El desafío radica en reconocer el estrés como una epidemia silenciosa y promover estrategias de afrontamiento, tanto a nivel personal (actividad física, mindfulness, hábitos saludables) como a nivel social, mediante políticas públicas que fomenten entornos más resilientes y brinden apoyo psicológico accesible. Abordar el estrés no es un lujo, sino una inversión crucial en la salud y el futuro de la sociedad argentina.


