La despedida del cadete

18/09/2023 - Miguel González pasó 52 años trabajando en Farmacia Fal. Comenzó a los 13 años al ser convocado por la esposa del dueño para paliar la situación familiar por la que estaba pasando. Luego desarrolló toda su vida detrás del mostrador, “tantos años en el oficio, me sirvió para poder ayudar a quien lo necesitaba”.
Miguel González fue una de las personas que estuvo trabajando en Farmacia Fal durante 52 años y llegó a su jubilación. Su historia está anclada sobre principios de disciplina, esfuerzo, aprendizaje y dedicación. “Fue muy lindo trabajar en la farmacia porque empecé cuando era un chico. Tuve muchos compañeros que fueron muy buenos conmigo, aprendí mucho de todos ellos y de los patrones, que fueron Julio Fal y su señora, por eso, es que fue una etapa muy buena para mí”.

Miguel, estaba a punto de cumplir 13 años cuando empezó a trabajar en la farmacia, lugar al que llega porque la señora de Julio Fal, lo conocía desde chico, ya que vivía frente a la casa de los padres de ella, en calle Avellaneda. “Nosotros teníamos necesidad de trabajar porque nos habíamos quedado sin padre desde muy pequeños. Ella sabía de esa situación y conociéndome, me vino a buscar para trabajar”, recordó Miguel.
Se sumó a la farmacia como cadete y haciendo tareas de limpieza. Cuando cumplió 18 años, se fue al servicio militar; pero en la farmacia le guardaron el trabajo. “Fue pasando el tiempo y se juntaron un montón de años”, resumió.
Farmacia Fal siempre estuvo en la esquina de avenida San Martín y calle Alvear. Hace unos años hubo una renovación y cambio de cara. Más adelante, la farmacia cambió de dueños; pero se siguió manteniendo de la misma manera.
Cuando Miguel se reincorpora, luego de su vuelta del servicio militar, pasó a estar detrás del mostrador y tener más trato con la gente, situaciones que lo llevaron a aprender mucho más, “realmente estoy muy contento de haber estado en la farmacia tantos años”.
Miguel, al estar todo ese tiempo en el mismo trabajo, se convirtió en guía y ayuda para aquellos que se sumaban, así es que “los más nuevos siempre preguntan sobre alguna duda como, por ejemplo, qué dice la receta, de qué laboratorio es tal medicamento, dónde está guardado y otros tipos de consultas. Tantos años en el oficio, me sirvió para poder ayudar a quien lo necesitaba”.

Estar atrás del mostrador de una farmacia no es fácil porque casi siempre el que va es porque necesita un medicamento y a esta situación Miguel la vivió muy cotidianamente. “Siempre digo que además de ser el empleado de la farmacia, se hace las veces de psicólogo, porque muchas veces la gente viene con los problemas de su situación, y hay que prestarle el oído, cosa que pasó a ser una rutina del trabajo”.
Con relación al cambio que sufrió la atención al público, desde hace tanto tiempo al día de hoy, Miguel explicó que “cambió mucho porque, cuando yo arranqué, lo hice con una lapicera en la mano, las boletas se hacían a mano y no había computadoras, allá por el año 1974”, sacó esos datos de su memoria. Y agregó que “cuando yo vuelvo a la farmacia, en el año 1979, seguimos con ese sistema de trabajo y teníamos la calculadora a manija. Por otro lado, en ese entonces, era más sencillo porque no había tantas obras sociales como hoy, si tuviéramos que trabajar como antes, sería imposible. Cada obra social tiene un descuento diferente, por eso que, con el viejo sistema sería imposible”. Otro dato que sumó Miguel, es que “la máquina para registrar los tikets era grande, junto a la caja, que manejaba los patrones. Igual, esa época fue muy linda”.
También, cuando empezó como cadete, la ciudad era otra. “Era salir a la calle, primero en bicicleta hasta que me pude comprar una moto, porque también hacia la cobranza de la farmacia, ya que había muchas cuentas corrientes y había que salir a cobrar. Me dieron a mi ese trabajo, que me gusta la calle, aproveché y me conocí todos los rincones habidos y por haber y muchísima gente”, contó entre risas.
Por ese entonces, no había mucho asfalto, todo lo que eran los barrios y la circunvalación eran calles de tierra, “era pedalear y meterse, muchas veces, en el barro o agua. Por ejemplo, la avenida Juan Manuel de Rosas, los días que llovía era una laguna; la calle Santos Plaza tenía una o dos cuadras de asfalto y el resto eran de tierra; lo mismo la calle Saénz Peña hasta la avenida Lavalle. Con el paso del tiempo, fue todo mejorando y fueron épocas muy lindas”.
Miguel aprendió y disfrutó mucho de su trabajo porque es “una actividad liviana, limpia, sin necesidad de hacer fuerza. La pasé muy bien a lo largo de tantos años”.
El último día de trabajo, cuando se terminó el horario y había que cerrar, Miguel iba a salir como todos los días, por la puerta del costado, que da a calle Alvear; pero ese día no fue así. “La farmacéutica me dijo que iba a salir por la puerta del frente. Cuando voy caminado para la salida, me encuentro con un montón de gente para saludarme, fue una despedida tan linda la que me hicieron. Había clientes, amigos, compañeros de trabajo, mi familia. En ningún momento sospeché nada, lo único que me llamó la atención fue que mi hijo, que vive en Tandil, vino el viernes. Él viene seguido pero siempre los sábados; pero habían organizado todo entre mi familia y mis compañeros de la farmacia. El único que no sabía nada era yo, fue una despedida hermosa, hasta vino el tren Chu Cu Chu para dar una vuelta todos juntos”.
Más allá de la dedicación, profesionalismo y respeto durante tantos años como empleado, la despedida tiene que ver con la clase de persona que es Miguel. “Me lo demostró la gente, que ya desde unos días antes iban a la farmacia, no a comprar sino a saludarme o despedirme y algunos hasta llegaban a las lágrimas, lo mismo que yo, obviamente. Todo eso es muy lindo y ha sido para mi hermoso”.
Consultado si ya extraña el ir todos los días a la farmacia, algo que hizo durante 52 años, Miguel respondió que “pienso que estoy de vacaciones, no sé qué me irá a pasar dentro de un mes o dos meses cuando me de cuenta que no voy más. Igual voy a ir a comprar mi medicación o de visita, porque con todos los empleados tengo muy buena onda”.
Para Miguel, también es momento de proyectar otras cosas fuera de tantos años de trabajo. “Ahora he pensado, por el momento, no hacer nada. A mi me gusta hacer trabajos con madera, algo que hago como un hobby, como para pasar el tiempo, no aburrirme y estar sentado todo el día en la cocina. Vamos a empezar una nueva etapa”, finalizó.